la Historia de la Educación desde el currículum
Uno de los problemas a los que se enfrenta la
DCS a la hora de concebir alternativas educativas reales radica en que muchas suposiciones y convenciones
sobre el currículum suelen formar parte de lo que acostumbra a darse por
sentado, al igual que muchas rutinas, patrones afianzados de conducta y
otras estructuras y dinámicas asociadas, constitutivas de lo que Tyack-Tobin
(1994) y Tyack-Cuban (1995) han denominado la “gramática básica de la
instrucción”. Por tanto, la viabilidad de aquellas se nos antoja muy difícil
sin poner éstas en cuestión mediante –por decirlo en palabras de Bourdieu
asumidas por el historiador Peter Burke (2002: 12)– algún “tipo de
distanciamiento que haga que lo familiar parezca extraño y lo natural
arbitrario”. Esto es, sin objetivar nuestra propia socialización en las reglas
no escritas que gobiernan la cultura escolar en general, y las subculturas de asignatura
(o, si se prefiere, los códigos del conocimiento escolar) en particular.
A tal fin, algunos pedagogos y didactas se han
esforzado por incitar a los maestros en formación o en ejercicio a la
observación interior de sus propios actos o estados de conciencia, con la
esperanza de facilitar una aprehensión de los condicionantes subjetivos de sus
credos y de su praxis que permita incrementar progresivamente su capacidad de
autorregulación metacognitiva, en aras de una elección más racional de los principios
y procedimientos de actuación profesional. Estos encomiables intentos de ganar
en autonomía pasan a veces por alto, sin embargo, que la recapacitación
introspectiva, aun siendo absolutamente necesaria, no es suficiente. La
descripción fenoménica que emerge de la sola mirada hacia dentro de uno tiende
a axiomatizar el “régimen de verdad” en que estamos instalados a consecuencia
de los procesos de enculturación vividos. Aunque nos acerque a lo real en tanto
en cuanto confiere un sentido a nuestra experiencia, una rememoración privada
tal no basta para explicar en profundidad las raíces sociales de la misma,
porque ello exige un descentramiento, una “historización” de nuestra presencia
en el mundo que nos ilustre sobre las bases institucionales de la actividad
pensante. Como señaló con perspicacia el malogrado Bourdieu (1999: 23; cursivas
nuestras) en sus Meditaciones
pascalianas, “sólo la ilusión de la omnipotencia del pensamiento puede
hacer creer que la duda más radical tenga la virtud de dejar en suspenso los
presupuestos, relacionados con nuestras diferentes filiaciones, pertenencias,
implicaciones, que influyen en nuestros pensamientos. Lo inconsciente es la historia: la
historia colectiva, que ha producido nuestras categorías de pensamiento, y la
historia individual, por medio de la cual nos han sido inculcadas”.
En otras palabras, la “deconstrucción” de lo
considerado “normal” y “posible” en la enseñanza y el aprendizaje
–imprescindible para que se conceda al menos alguna plausibilidad a la demanda
de alternativas más relevante desde el punto de vista del desarrollo de la
inteligencia cívica de los alumnos y alumnas– precisa, entre otras
herramientas, de la mirada genealógica, sin la cual se nos antoja más difícil
alcanzar el origen social de lo previamente interiorizado como obvio, su lógica
estructural o su complexión política. Como puede advertirse, en este punto se
crea una intersección entre las preocupaciones de la DCS y las de la Historia
de la Educación. Desde nuestras peculiares inquietudes, son varios los motivos
que nos impulsan a acudir a su encuentro: en la historia de los sistemas
escolares, de sus ordenamientos “gramaticales”, de los modos de educación y
gobernación de niños/ adolescentes buscamos ayuda para desvelar las funciones
sociales y las dinámicas institucionales subyacentes a la recontextualización o
transmutación sufrida por unos conocimientos en el trance de convertirse en
materia instructiva; en la historia de la corporación docente una referencia
para una autocrítica profesional no psicoanalítica; en la historia de la
infancia algunas pistas para entender al alumnado actual al que destinamos
nuestras propuestas; en la historia de las asignaturas y de sus distintos
agentes cómo se han ido configurando las tradiciones, innovaciones, mitos y
ritos que sancionan determinados criterios de selección y organización de los
contenidos, amén de estilos arquetípicos de impartirlos... En cualquier caso, al ocuparnos de la
enseñanza-aprendizaje de una parcela del currículum, nuestro tránsito por tales
heredades toma preferentemente como punto de partida y de llegada el mismo
currículum. Bien advertido que por tal no se entiende únicamente el curso de estudios o el contenido de
la escolaridad, ni tampoco las decisiones de diversa índole que convergen en la
planificación de la intervención didáctica. La acepción que manejamos aquí
apunta, además de a lo prescrito, escrito, diseñado o deseado, a la ardua
dialéctica entre intenciones y realidades. Esto es, en el término englobamos
también el currículum “abrazado” en la práctica, el representado o llevado a
cabo en las interacciones entre profesores y alumnos a través de un incierto
juego de interpretaciones, negociaciones, actuaciones, rituales, controles,
acomodaciones, omisiones, resistencias o rechazos que lo reconstruyen en el
espacio físico e institucionalmente estructurado de las aulas, modelando el
tipo de experiencias “educativas” –expresas y tácitas– ofrecidas o negadas de facto a los discentes.
Como gusta de repetirse en la Federación Icaria a la que pertenecemos (vg. Cuesta,
1999), una “didáctica crítica” de las ciencias sociales volcada sobre el
estudio de problemas sociales relevantes –una apuesta característica de los
proyectos fedicarianos– precisa, entre otros muchos nutrientes, de una “crítica
de la didáctica” que impugne los códigos pedagógicos y profesionales
dominantes, “desnaturalizándolos” mediante su disección sociogenética.
Sumándose a ese esfuerzo común, más general y plural, quienes firman estas
páginas no han dudado en asomarse a los predios de la historiografía educativa
por la ventana de la historia del currículum. Por supuesto, no hay nada nuevo
en la mención a un interés por la historia del currículum, aunque no sea uno de
los caminos más trillados en España. Es más, dicha alusión genérica es poco
discriminante, al no aclarar lo suficiente el género de incursión que, desde nuestra
óptica, reputamos de especial relevancia. Para precisar estos extremos y las
preguntas que se nos antojan significativas conviene exponer previamente cómo
conceptuamos ese ente multifacético y escurridizo que es el currículum

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